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sábado, 27 de enero de 2007

Tú en el camino




Señor, envolviste mi alma en un blanco y suave cuerpo de nácar que la aprisiona para que no escape hasta el día que ese cuerpo sea polvo y pueda ella volar hacia ti.

Los ojos de mi cuerpo son las ventanas de mi espíritu. Por ahí miro al mundo aún con ojos de niña porque creo en la bondad, espero en el amor y confío que el hombre algún día comprenda y vuelva a ti.

Quiero que mi mirada tenga la transparencia que permita percibir mi interior tal cuál es sin mentiras, sin engaños.

Serte fiel Señor no es fácil pero forma parte de la ruta que trazaste. Cuando creo que no puedo y me detengo y caigo, tu mano se extiende y tu brazo me eleva para que pueda continuar aunque tenga que dejar en el camino jirones de mi misma.

Cuando las preguntas se agolpan ¿Por qué? ¿Siempre a mí? Ante las circunstancias que me acompañaron desde niña, encuentro las respuestas en tu dulce mirada que llega en el silencio, que llega con el viento, que llega en aquel niño que me sonríe extendiendo su manita.

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